sábado, 23 de abril de 2011

DIARIO DE UN DESGRACIADO

(Encontrado bajo unas cajas de cartón en la boca del metro de Sol)

Vengo de una familia estúpida: en “la II Guerra” mi padre luchó con los nazis. Mi padre era imbécil. Trabajaba en un banco y lo atraparon robando bolígrafos.

Cuando nací, el doctor fue a la sala de espera y le dijo a mi padre: “Hicimos lo que pudimos… pero salió”.
Mi madre nunca me dio el pecho porque decía que solo me quería como amigo. 

Mi padre lleva en la cartera la foto del niño que ya venía en la cartera. 

Pronto me di cuenta de que mis padres me odiaban: mis juguetes para la bañera eran una tostadora y una radio. 

Una vez me perdí. Le pregunté al policía si creía que íbamos a encontrar a mis padres. Me contestó: “No lo sé, chaval… hay demasiados sitios donde se pueden esconder”. 

El último deseo de mi padre moribundo fue que me sentara en su regazo: estaba en la silla eléctrica.

Trabajé en una tienda de animales. La gente no paraba de preguntarme cuánto iba a crecer.

Cuando me secuestraron, los secuestradores mandaron a mi padre un trozo de mi dedo. Mi padre dijo que quería más pruebas.

Una vez me encontré a las autoridades sanitarias. Me ofrecieron un cigarrillo.

Un día me llamó una chica a casa diciéndome: “Ven a casa, no hay nadie”. Cuando llegué a su casa no había nadie. 

A mi mujer le gusta hablar conmigo después del sexo. El otro día me llamó a casa desde un hotel.

Una vez ingerí un frasco entero de tranquilizantes. El doctor me dijo: “Tómese una copa y acuéstese un poco”. 

El psiquiatra me dijo que me estaba volviendo loco. Yo le dije que quería una segunda opinión. “De acuerdo” me dijo “también es usted feo”. 

Cuando por fin me iba a suicidar tirándome desde un décimo piso, mandaron a un cura para ayudarme. Sus palabras de ánimo fueron: “Preparados… listos…”

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